lunes, 6 de diciembre de 2010

Anticipo de “Pecadores y pecadoras” by Andahazi

Reproducimos a continuación el adelanto del nuevo libro del siempre irreverente Federico Andahazi publicado en la versión on line de la revista Noticias

Sexo y moral revolucionaria

Las curiosas reglas que regían el comportamiento íntimo de los militantes de izquierda en los años 70. La intromisión del Partido en la vida sexual, juicios sumarios a los infieles y el caso Paco Urondo.


La Revolución Cubana fue para muchos el norte que sintetizaba los ideales de igualdad social, liberación, independencia del imperialismo de Estados Unidos, acceso a la cultura mediante la alfabetización universal y un regreso a las fuentes libertarias iniciadas por José Martí y Simón Bolívar. Por otra parte, la figura del Che Guevara estaba envuelta en un halo de romanticismo y sensualidad: su rostro soñador, la frente amplia y el torso generoso y atlético le conferían todos los atributos de un verdadero símbolo sexual. Los jóvenes se rendían ante su épica legendaria y las mujeres suspiraban ante su belleza reproducida hasta el infinito en afiches, revistas y remeras.

En Estados Unidos, Harry Hay, líder del naciente movimiento homosexual provenía, además, del Partido Comunista. Sin embargo, la realidad cubana en materia de libertades sexuales era bien distinta de aquellos ideales que unían liberación social con liberación sexual. Un discurso de Fidel Castro pronunciado en 1968 dejaba muy claro su punto de vista: “Los medios culturales no pueden servir de marco a la proliferación de falsos intelectuales, que pretenden convertir el snobismo, la extravagancia, el homosexualismo y demás aberraciones en manifestaciones de arte revolucionario, alejado del espíritu de nuestra Revolución.” No era ésta una declaración aislada, sino apenas una muestra explícita de cuál era la moral sexual que animaba a la Revolución.

Opuestos parecidos. Resultaba cuanto menos paradójico que mientras el régimen militar argentino perseguía las «desviaciones» y los «excesos sexuales» asociándolos al materialismo que negaba el alma y los consideraba vehículo de la introducción del «marxismo ateo», los partidos comunistas que obedecían al mandato de la URSS se refirieran al sexo en los mismos términos pero, a la inversa, atribuían su presunto carácter disoluto al capitalismo decadente (...)

No deja de resultar paradójico que la agrupación Montoneros surgiera del grupo de ultraderecha Tacuara. En efecto, Tacuara era un grupo estudiantil filonazi, ultracatólico, nacionalista de filiación rosista en el que confluían Ricardo Curutchet, director de la revista fascista Cabildo, Marcelo Sánchez Sorondo, quien llegó a recriminar al dictador Francisco Franco no haber apoyado suficientemente al Eje durante la Segunda Guerra (no resultaba fácil ubicarse a la derecha de Franco) y Juan Manuel Abal Medina. Desde la revista Cristianismo y Revolución fueron acercando posiciones hacia el peronismo, la Revolución Cubana y el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Montoneros surge, según su propia definición, como «la vanguardia armada nacionalista, católica y peronista » cuya plana mayor, concebida como una organización militar, estaba compuesta por Mario Firmenich, Fernando Abal Medina, Norma Arrostito y José Sabino Navarro. En principio, se diría que semejante mezcla que fusionaba catolicismo, disciplina militar, tradición rosista y simpatía por la Revolución Cubana no sólo era un experimento verdaderamente ecléctico, sino que no ofrecía demasiado espacio para consignas de liberación sexual, feminismo y tolerancia con los homosexuales.

Es necesario establecer una diferencia sustancial entre la cúpula y la base de Montoneros: en su mayoría, los jefes de la agrupación armada provenían de las clases altas, eran miembros de familias tradicionales, católicas y nacionalistas, tal el caso de Abal Medina, Mario Firmenich y Carlos Gustavo Ramus. La base, en cambio, estaba compuesta mayoritariamente por miembros de la clase media y, en menor medida, de la baja. En este aspecto no se diferenciaba demasiado de la estructura de las Fuerzas Armadas, cuya comandancia y oficialidad estaban vinculadas con la oligarquía y las clases altas, mientras los suboficiales y soldados pertenecían a las clases bajas. Esto no es un detalle menor para comprender de qué sustancia estaba hecha la moral montonera.

Un caso diferente del de Montoneros fue el del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), surgido en 1970 como brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Sus miembros fundadores más notorios fueron Mario Roberto Santucho, su esposa Ana María Villarreal y Enrique Gorriarán Merlo, entre otros. Más tarde se uniría José «Joe» Baxter. En consonancia con otros grupos armados de la región, el ERP formaría parte de la Junta de Coordinación Revolucionaria junto al movimiento Tupamaros en Uruguay, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia, cuyo propósito era establecer la Revolución Socialista y extenderla mediante la lucha armada a toda América latina.

El ERP era una organización militar cuyos cuadros tenían rango jerárquico, semejante a un ejército regular: en la cúspide estaba el Estado Mayor integrado por los comandantes; debajo, las compañías encabezadas por un capitán; luego los pelotones liderados por un teniente y finalmente las escuadras al mando de un sargento. Los jóvenes que se acercaban a la militancia eran, por lo general, estudiantes idealistas imbuidos de esa mezcla de compromiso social, rechazo a las normas burguesas establecidas, a las instituciones anquilosadas (familia, tradición, propiedad privada) y a los viejos prejuicios sociales, raciales y sexuales. Sin embargo, cuando estos jóvenes entraban en contacto con las organizaciones armadas, lejos de encontrarse en una comunidad regida por el amor libre, se topaban con una rigurosa instrucción militar verticalista y jerárquica en la que debían obedecer sin discutir las órdenes impartidas por la superioridad. De pronto, la moral burguesa que venían a poner en entredicho era sustituida por una moral mucho más rígida y dogmática, dirigida a disciplinar a los jóvenes para convertirlos en combatientes. En este marco, el ejercicio de la sexualidad estaba condicionado por esta estructura militarizada y quedaba subordinado a los superiores objetivos de la Revolución. En el ámbito estudiantil compartían ideas, gustos musicales, lecturas, salidas, circuitos culturales como cines, cafés y, desde luego, experiencias sexuales. En el pasaje de la militancia a la lucha armada, los combatientes debían abstenerse de cualquier conducta que pudiera ser considerada promiscua (…)



Los guardianes. El artículo Moral y Disciplinamiento interno en el PRT ERP de Vera Carnovale recoge valiosos testimonios de varios hombres y mujeres que militaron durante aquella época, como el del escritor y periodista Eduardo Anguita: “Para mí el límite de incorporación al ERP no era un límite muy preciso, era el límite entre grupos de amigos, grupos de militantes, (…) y de relaciones amorosas. Porque además se realimentaba en el grupo de adolescentes y de jóvenes al que uno pertenecía (…) donde también las chicas valoraban eso, aceptaban eso, se comprometían en eso… (…) Yo era bastante moralista… qué sé yo (…) estaba bastante compenetrado con eso de la moral revolucionaria. Incluso perseguía a algunos que se andaban metiendo en historias.”

Es decir, no solamente la organización imponía conductas morales a los miembros, sino que los propios militantes se convertían en guardianes de la sexualidad de sus compañeros. Nada escapaba de la órbita del Partido; todo, incluso la vida sexual de cada uno de sus miembros podía ser materia de discusión, debate y, eventualmente, de castigo si los superiores consideraban que algún militante había incurrido en una conducta indebida (...)

Como hemos dicho, los máximos líderes de la agrupación Montoneros provenían de familias tradicionales y tenían una formación católica de raigambre rosista. Sin embargo, su adhesión al peronismo, movimiento policlasista y populista que nunca renegó de su sustrato burgués, determinó también su visión y práctica de la sexualidad. En este sentido, la moral dentro de la organización era más laxa que en las filas del ERP y en algunos casos tan ambigua como la típica doble moral atribuida a la burguesía.

Lili Massaferro provenía de una tradicional familia católica, había egresado como maestra normal de un colegio de monjas. Quiso estudiar Medicina, pero su padre, dueño de un pensamiento tradicionalista, se opuso de manera terminante.

Algún tiempo después, y en contra, también, de los deseos paternos, finalmente ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras. Amiga de Pirí Lugones y de Julia Constenla —una militante de las FAR, la otra amiga entrañable de Celia de la Serna, madre del Che Guevara—Lili Massaferro también compartía la mesa en las célebres cenas en casa de Bioy Casares junto a Borges y «Babsy» Torre Nilson. Sus amistades y amores atravesaron, de izquierda a derecha, el amplio abanico intelectual que iba desde el periodista Marcelo Laferrere (con quien se casó) y el escritor Héctor Murena hasta los poetas Paco Urondo y Juan Gelman.

El casamiento de Lili Massaferro con Marcelo Laferrere hizo que Pirí Lugones le recriminara su amoldamiento a la institución tradicional del matrimonio, del que tanto abominaban, y se alejara de su amiga: «Estás hecha una burguesa de mierda, creo que ya no entendés nada de la vida, desde que te convertiste en la señora de Laferrere estás irreconocible.

En 1971 el hijo mayor de Lili fue asesinado por la dictadura de Lanusse. Este hecho trágico significó un drástico giro en su vida. Por entonces, diría: «Nosotros somos los que les hemos dado estas ideas a los chicos y ellos están ofreciendo la vida, y los están matando».

Muerte y lealtad. La muerte prematura de su hijo y su autoinculpación decidió a Lili Massaferro su acercamiento a la militancia. No dejaba de resultar llamativa la inversión generacional que se produjo en esta época: varios hombres y mujeres entraron en la lucha armada imitando a sus hijos mientras, en las generaciones anteriores, eran los hijos los que seguían los pasos de los padres. Lili estaba por entonces en pareja con Paco Urondo. Al asesinato de su hijo se sumó el descubrimiento de que Urondo, con quien convivía, estaba participando en Montoneros a sus espaldas. La reacción fue terminante: “Mirá, hijo de puta: me estuviste mintiendo hasta hoy, ocultándome la verdad, sabías que estaba desesperada, que necesitaba de los compañeros y no me dijiste nada. Si ahora se te ocurre insinuar que no tengo capacidad para militar, la patada en los huevos que te doy te la vas a acordar para toda la vida.”

A partir de entonces, Lili Massaferro ingresó también ella en Montoneros con el nombre de guerra de Pepa. De cuadro raso, en poco más de un año llegó a ser la fundadora de la Rama Femenina del Movimiento Peronista Mont nero y no le temblaba la voz para discutir de igual a igual con el mismísimo Mario Firmenich.

Pero Paco Urondo le tenía deparada una segunda y demoledora sorpresa a Lili: un día ella se enteró de que él la estaba engañando hacía mucho tiempo con otra mujer. Enfurecida, no tuvo tiempo, sin embargo, de hacerle recriminación alguna: Urondo la abandonó. Lili estuvo a punto de suicidarse; pero tomó coraje y al día siguiente decidió denunciar a su ex pareja ante la conducción de Montoneros. Paco Urondo fue condenado a la degradación por «infidelidad contrarrevolucionaria».

Más allá de la sanción, fue elocuente la reflexión de Lili Massaferro en su alegato acusatorio: “¡Lindo hombre nuevo estamos haciendo! ¿Para qué? ¿Para que tenga las mismas hipocresías, las mismas mañas, para que sea desleal con su compañera, no pueda dar la cara y corra detrás de la primera pendeja de piernas frescas que encuentre? (…) Si vamos a hablar de nuevos valores, de una nueva sociedad, hablemos en serio. Si no, déjenme de joder con eso de «compañeros», son unos machos cobardes y traidores como cualquier pequeño burgués.”

Arrivederci, compañeros

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